Historia de La Dulce. Testigo de otra época.

En esta semana en que las tradiciones se vivieron fuertemente en nuestra localidad, luego de la caminata que realizara la Peña Quebracho por las calles de La Dulce, llevando sus danzas a todos los rincones del pueblo, transcribimos esta nota publicada en el Ecos Diarios, el 7 de julio de 2005, donde Don Alfredo Andersen,

Don Alfredo Andersen. Defensor de las tradiciones gauchas.

Don Alfredo Andersen. Defensor de las tradiciones gauchas.

En esta semana en que las tradiciones se vivieron fuertemente en nuestra localidad, luego de la caminata que realizara la Peña Quebracho por las calles de La Dulce, llevando sus danzas a todos los rincones del pueblo, transcribimos esta nota publicada en el Ecos Diarios, el 7 de julio de 2005, donde Don Alfredo Andersen, un tradicionalista de ley, fue entrevistado por el Ecos Diarios de Necochea. En ese momento, Don Alfredo Anderesen, vivía en el geriátrico de la Unidad Sanitaria y tenía ochenta y cuatro años. En la nota, además, aparece una perlita, la explicación del trabajo de Don Alfredo, extraída del libro «Recordando», de Carlos Alberto Rodríguez Canosa.

Particularmente, mi recuerdo de Don Alfredo, es haberlo visto en la vereda de su casa, donde ahora está el C.E.F. Nº 17 y por supuesto en los desfiles en los que participaba.

…Trabajó cincuenta años en el campo, a cielo abierto, cuando todo era más difícil. Aprendió a trenzar el cuerto a los ocho años, leyendo una revista y fue uno de los últimos artesanos en esta especialidad, a los que se conoce como sogueros. Vida y recuerdos de un tiempo en el que todo era mas simple y sacrificado.

Con el campo en el alma.

Corría 1921 cuando Alfredo Andersen, uno de los últimos sogueros del distrito conoció el mundo. Un horizonte de fronteras verdes y azules, universo rural de principios del siglo, cuando el campo solo se trabajaba con caballos y no se conocía ni la tecnología ni las comodidades de hoy. Cuando todo, absolutamente todo, era más sacrificado, más difícil. Después de toda una vida de trabajo duro, a cielo abierto, Don Alfredo recuerda los viejos tiempos con lujo de detalles y mata las cortas tardes de invierno trabajando el cuero en el hogar de ancianos que funciona en la Unidad Sanitaria de La Dulce. Don Alfredo es un testigo viviente de los años que ya no están, cuando arar diez hectáreas llevaba toda una jornada de trabajo, utilizando diez caballos atados al arado de tres rejas, cinco adelante y cinco atrás; o cuando a la sembradora de veinticuatro discos se ataban ocho caballos, cuatro a la par.

Don Alfredo es de cuando las cosechadoras a vapor se ataban a doce animales; de cuando las chatas con más de doscientas bolsas eran tiradas por veinte caballos para sacarlas al rastrojo, de la tierra floja; o de cuando, durante varios días se arreaban centenares de animales de un campo a otro. «A los carros grandes se ataban ocho o diez caballos del pecho y ocho laderos, que tiraban la cincha de costado. Los laderos solamente iban para subir una loma, en alguna bajada muy grande o para pasar los ríos, cuando también se ataban dos o tres caballos atrás para que la chata no se fuera de golpe», cuenta Don Alfredo, como volviendo a vivir esos momentos que quedaron para siempre en su memoria.

Don Alfredo Anderesen junto a Florencio "Titi" Gutiérrez. Desfile en la Av. 33 de La Dulce.

Don Alfredo Anderesen junto a Florencio "Titi" Gutiérrez. Desfile en la Av. 33 de La Dulce.

«Era lindo andar con caballos, es lo que más extraño… La vida en el campo, los animales, los desfiles y las domas, en las que participé durante cincuenta años y me dejaron amigos por todos lados», cuenta, sentado en la reposera del hogar donde realiza bellísimas artesanías en cuero, tanto llaveros y fustas como collares, rosarios, pulseras y anillos.

Aquellos tiempos.

Alfredo cuenta que perdió a su madre de pequeño, «Creo que tenía ocho meses, por eso me crié en la Estancia La Reconquista, cerca de Juan N. Fernández. A mi padre y hermanos, que estaban en Fernández, no los veía casi nunca y ahora solo quedo yo, el menor de la familia», cuenta, y recuerda que «el mayordomo recibía una revista en la que venía un curso para aprender a trenzar, yo tendría ocho años y así empecé». Los días de lluvia, los domingos y la primavera, cuando había menos trabajo en el campo, «en los ratos perdidos», Don Alfredo se dedicaba a hacer artesanías en cuero, una actividad que hoy realiza muy delicadamente y con admirable destreza.

«¡La vida en el campo es linda! Todavía la extraño, el trabajo en la manga con los animales era algo que hacía con alegría, que no se olvida más, pero en algún lugar debe terminar uno, los años aprietan…» , dice como en un susurro. «Me crié con los caballos, era amansador, agarraba un potro y lo hacía de andar. También entablaba tropillas, una tarea que se realiza con mucha paciencia», cuenta y, a modo de advertencia destaca: «Pero es más fácil si se los aleja de la querencia, porque marchan todos juntos». «Se toma a la yegua que será la madrina y a los potros, se los palenquea, se soguean, se los conversa y se les quitan las cosquillas. Luego, mientras silba, pone la yegua frente a un alambre y realiza un cerco con un lazo, de manera que los caballos quedan contra el alambre, al lado de la yegua, y así se acostumbran y, después, cuando uno silba, se forman. Como premio, se les da una zanahoria, un terrón de azúcar, una manzana, pero… hay que engañarlos», dice, entre sonrisas.

Entre las tareas rurales, Don Alfredo también llegó a arrear centenares de animales durante varios días. «La experiencia de más días fue cuando llevé desde Necochea, con otro compañero, casi trescientas vacas con terneros a un campo de Tandil. Parábamos en la calle, en la noche uno rondaba. Se tendía un recado en una punta y otro en la otra y el perro no dejaba pasar las vacas. Uno dormía tranquilo sobre el recado, a la intemperie, y los caballos, tranquilos, comían pasto. Era una linda vida…». recuerda.

Dos caballos.

Alejado del horizonte interminable y de la vida al aire libre, Don Alfredo, aún tiene el recado de oro y plata y dos caballos negros que usaba para desfilar: Único y Lucero, que ahora están en el campo de un sobrino, cerca de nuestro medio. «La última vez que desfilé fue hace tres años. Pude montar bien, pero antes, saltaba como un pájaro arriba del caballo, ahora las piernas no tienen fuerza. Cuando veo las fiestas gauchas en televisión, me dan ganas de meterme adentro de la pantalla», menciona, y la nostalgia se le cuela en el tono de la voz y en la mirada, en el movimiento de las manos y en la sonrisa, casi imperceptible. De aquellos tiempos, a Don Alfredo solo le quedan los recuerdos. Mientras descansa luego de una vida sacrificada, construye con sus manos bellísimas artesanías en cuero, impregnadas de imágenes y sentimientos de un pasado que hoy, son una anécdota riquísima, invaluable.

El soguero.

También se lo conocía como trenzador. Es un oficio que requiere de mucha paciencia. «Este fue un oficio campero, al que se dedicaban algunos paisanos desde jóvenes, aunque otros lo hicieron por haber tenido algún accidente que los había disminuido físicamente en las tareas camperas», relata el productor dulcense, Carlos Alberto Rodríguez Canosa en su libro «Recordando». Rodríguez Canosa, uno de los primeros productores de la zona de Ramón Santamarina, también destaca que «Era un trabajo de paciencia, sobre todo en el caso del tiento fino. Las lonjas para sacar los tientos se obtenían de cuero de yeguarizo, de donde también se sacaba el correón del lomo para cincha, la lonja del anca para encimeras y las de los costillares para hacer tientos». Además, «Las botas de potro se sacaban desde el sector del bazo hasta poco mas arriba del garrón, que se convertía en el talón del calzado, se descarnaba y se sobaba pacientemente hasta que el cuero quedaba suave». El productor local, también cuenta que «del cuero vacuno se sacaban las sogas para hacer los atadores, cuereando en redondo el cogote del toro, de un ancho de diez centímetros y su largo debía ser de unos cinco metros. Una vez bien sobados, se usaban para palenquear los yeguarizos y enseñarlos a cabrestear». «El maneador se sacaba de un buen cuero, su largo debía ser de cinco metros y su ancho de entre cinco y seis centímetros y se lo usaba para manear los animales chúcaros, para ensillar. A los animales muy rebeldes o macacos, se los maneaba con menea redonda que inmoviliza de tal forma al potro que cuando quería moverse caía al suelo. El maneador también se usaba para atar largo de la estaca al caballo manso o llevarlo de tiro» cuenta Rodríguez.

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One Response to Historia de La Dulce. Testigo de otra época.

  1. maria alejandra Lucero dice:

    NUNCA SE OLVIDA LA TALABARTERÍA Y LA CASA DE VENTA DE DON ALFREDO, SIEMPRE TENIA UNA ANÉCDOTA, PARA CADA OCASIÓN … UN PERSONAJE INOLVIDABLE.

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